Lo conocí con mal viento
soplando contra las casas.
Y las palabras escasas
fueron puro entendimiento.
Lo fui estudiando de adentro,
admirándolo despacio,
como quien busca un espacio
pa´ sentarse a descansar.
Y ya lo voy a nombrar:
Omar Moreno Palacios.

Me dio las gracias, sincero,
por unas palabras mías,
escritas con picardía
pa´ aclarar un entrevero.
Le conté de mis esmeros
por seguir mascando el freno,
para aliviar el veneno
de tanta gente dormida.
Se hizo aparcero en mi vida
el criollo Pancho Moreno.

Vinieron años después
de churrascos y ensaladas,
de andanzas y guitarreadas
y sin un solo revés.
Todo el tiempo lo encontré
retozando por lo ancho,
entre palabras y rancho,
entre amigos y rimadas,
sin aflojar la pisada
Moreno Palacios, Pancho.

El hombre lleva una cruz
sin haber hecho maldad,
y se llama dignidad,
al revés del avestruz.
Nunca se cura en salud
y aunque es gaucho 
hasta las muelas,
no se afeita con la espuela,
ni se disfraza de criollo,
y si hay que hablar, larga el rollo,
por más que la cincha duela.

Con la guitarra en la mano,
el tiempo y las armonías
se hacen nuevas alegrías
pa´ cualquier oído sano.
Si una décima a lo humano
prueba su vena en el arte,
más bien que el verso descarte
pasearse por sendas viejas,
es aire fresco en la oreja 
y es surero en todas partes.

Siempre le encuentra yapita
de sano humor a la vida
y sabe a quién le convida
veneno o agua bendita.
Nadie las luces le quita,
pues tiene más luz que un rayo
y sin sufrir un desmayo,
ni mancharse con el tuco,
es capaz de cantar truco
con un cuatro y un caballo.

Y aquí lo llevo a mi lado,
criollo por donde lo apuren.
Y aunque la ciencia mixture,
lo que es asado, es asado.
La vida me ha regalado
respeto, dicha y castigo.
Y esta amistad que les digo
del gran trovador surero.
Si es pa´ sacarse el sombrero,
Pancho Moreno, mi amigo.