Una mujer despierta a la necesidad
de levantarse antes del alba.
Junto al aroma de una pan de madrugada
se fue aquél sueño que la abrigaba
celosamente en la cama.
Es vital cada día
como el primero y el último
respiro de una vida.
Haya lluvia o haya sequía
se abre la puerta a la rutina,
la tala, la siembra, el machete,
la recolecta, las espinas
y el sol reflejado en su frente.
La piel canela se ha endurecido
y se va quebrado, haciendo un filo.
Esta mujer no encuentra su brillo en la leña,
ni en el algodón ni en otro hijo que espera.
Esta mujer, que deja su paz en la tierra,
aguanta, aguanta
que la vida le de la espalda.
Hierve en la cocina
la palidez de sus mejillas,
presas del rudo fuego,
con su mirada inmersa en la tarea,...
si suda o si llora
no ayuda al peso
que se recarga en el corazón.
Luego, la tejedora
a la última hora daba
el punto final a tiempo
para que un rayo de luz
le diga que abra la puerta a la rutina,
la tala, la siembra, el machete,
la recolecta, las espinas
y el sol reflejado en su frente.
La piel canela se ha endurecido
y se va quebrado, haciendo un filo.
Esta mujer no encuentra su brillo en la leña,
ni en el algodón ni en otro hijo que espera.
Esta mujer, que deja su sangre en la tierra,
aguanta, aguanta
que la vida le de la espalda.
Aguanta. Aguanta.